Crónica de una _Non Cat Person_

Karla Michelle Canett
7 min readFeb 1, 2021

--

Pequeña Lulú, enero de 2020.

El año pasado me convertí en la profe de literatura de bachillerato que tiene un gato. Me rehusaba a que eso sucediera, pero mi hermanita transgredió mi hogar al traer a un pequeño felino.

—¿Podemos adoptar un gato?

—No.

—Ándale.

—Que no.

—Está chiquito.

—No quiero.

—¿Por qué no?

—Porque no me gustan los gatos.

—Mamá me dio permiso.

—Pero yo no, y yo soy la que vive en esta casa.

—Entonces, la llevaré sin tu permiso.

Y la muy cabrona lo hizo. A finales de agosto del año pasado, una gatita se escondía en el segundo piso de mi casa. Le dije que ya la dejara andar libre por todas las habitaciones, menos una: la mía. No podía entrar ahí.

*

De niña padecí asma. Había muchas cosas prohibidas en mi hogar: peluches, alfombras, fresas, gatos. Mi madre no me dejaba acercarme a ellos. Sus pelos eran malignos y podían provocarme un ataque que me mandaría al hospital. Así que lo asumí: los gatos y yo no éramos amigos. Ni hablar, tal vez en otra vida.

*

Era obvio que quien convivía más con el gato era yo. Mi hermanita estudiaba y trabajaba, solo llegaba en la noche a hacerle cariños. Yo, por mi parte, pasaba las tardes en mi escritorio y la pequeña gatita reclamaba mi atención. Me tenía harta. Extrañaba las tardes sola sin maullidos ni garritas en mi pierna. Era una bebé. Necesitaba cariño. Yo no estaba segura de poder dárselo.

*

Siempre sospeché de la gente amante de los gatos. Esas personas que desarrollan una obsesión por ellos. No lo entendía. Los perros eran mejores. Los gatos eran traicioneros, soberbios, desapegados. Los gatos te ven como sirvientes. Mi abuela me decía que no les hiciera confianza. ¿Por qué les gustan tantos los gatos?

*

A principios de octubre, entré en un proceso de duelo. Me tomó completamente por sorpresa. Mi hermanita bajó las escaleras y me vio inerte frente a la computadora. Tras ella, la pequeña gatita. La seguía a todas partes. —¿Qué pasa, hermana? —, me preguntó mientras cargaba a la minina. —Me terminó—, le contesté y se acercó a abrazarme. Le pedí que me dejara sola. Mi hermanita llamó al felino, lo tomó entre sus brazos y se regresó a su cuarto. En el camino, la gatita volteó a verme. Maulló. Yo cerré mi laptop y me fui a la cama. Esa noche no pude dormir.

*

A mi papá le gustan los perros. En mi infancia, siempre hubo bóxers en la casa. Son torpes y juguetones y llenos de baba. Mi mamá sí me dejaba acercarme a los perros. Con ellos sí podía jugar y brincar e ir al parque. Mi hermana mayor les enseñaba trucos. Nosotras presenciábamos el momento y aplaudíamos. Luego mamá dijo que no más: ella era la que limpiaba. Pasaron varios años para que volviera a tener una mascota.

*

—La escuché ladrar.

—Estás loca, es un gato; los gatos maúllan, no ladran.

No había ladrado, había estornudado. Pero hacía tantas cosas de perro que hasta olvidábamos que era un gato. En las noches, cuando se escuchaba la puerta eléctrica, salía de prisa para esperar a mi hermanita en la entrada. Les juro que movía la cola. Si se nos caía algo al piso, iba tras ello para comérselo, así fuera un pedazo de totopo. Si la llamabas, corría a tus brazos. Era cariñosa y torpe, pero adorable. Se acercaba a los invitados como para darles la bienvenida; se sentaba en algún lugar del comedor mientras nos echábamos unos tragos. Todos nos decían que era una gata muy rara. Y lo era. Una vez se metió a la ducha con mi hermanita, se salió y se sacudió como si nada hubiera pasado.

Era una gata muy rara.

*

Una amiga me dijo que la pequeña gatita podía darme mucho amor, que yo en esos momentos lo necesitaba, que los gatos tenían esa capacidad. Yo no le creí, me pareció exagerado. Luego, unos días después, mi hermanita la mandó conmigo: —Ándale, ve, dale amor a Michelle, te necesita—. Y vino y se acostó a un lado de mí en el sillón y me maulló en la cara. No había dejado que nadie me consolara de esa forma. Me quedé dormida a los minutos con ella en la panza.

*

Cuando me preguntaban con quién vivía, decía que con mi hermanita y una gatita que adoptó mi hermanita. Pasaba más tiempo con ella que con mi hermana. Descubrí que le gustaba mirar por la ventana, jugar con las tapaderas del garrafón y esconderse en mi librero. También que tiró varias fotografías y unos cuadros de la sala. Pero su lugar favorito de la casa era mi silla de escritorio. O tal vez se ponía ahí porque sabía que iba a cargarla y hacerle cariños y sobarle su pancita y decirle que era la gatita más bonita de todas las gatitas del mundo.

*

La primera convulsión fue en diciembre, después de Navidad. Esa mañana la vi desubicada, pero en los últimos días hubo mucha gente en casa y pensé que solo quería su espacio. En la noche, mi hermanita me dijo que no la veía caminar. La llevamos al veterinario. Creímos que se había intoxicado, al fin y al cabo, siempre andaba queriendo comerse todo lo que se caía al suelo. Se quedó internada. Al día siguiente, el médico nos dijo que había sido un ataque, tal vez por estrés, estaría en observación. Ya que salió de la clínica, la medicamos por diez días más. Se veía bien, lo peor había pasado. Solo fue un susto.

*

En noviembre, unas amigas y yo comenzamos a planear un viaje. Visitaríamos varias ciudades del centro del país para presentar nuestro trabajo creativo. A mediados de enero, estábamos con maletas de 25 kg en el aeropuerto. Le dije a mi hermanita que cuidara bien de Lulú, la pequeña gatita. Cuatro días después, me avisó que estaban de nuevo con el veterinario. Cuando regresé del viaje, ya estaba de vuelta en casa, todavía bajo los efectos de los fármacos. El doctor dijo que, si tenía una tercera convulsión, habría que medicarla de por vida. La abracé muy fuerte. Mi hermanita, la gatita y yo dormimos juntas en mi cama los siguientes días. Mi hermanita se iba a trabajar y yo me quedaba recostada hasta más tarde. La pequeña gatita se acurrucaba conmigo.

*

Hace unas semanas, Alaíde Ventura, en Este País, habló sobre los perros. Recuerdo una frase que decía que un perro es como todos los perros. Creo que eso solo pasa con los perros adoptados. Esos que vienen de la calle y que no tienen raza. Esos que han pasado frío y han sentido el rechazo. Yo no conozco a nadie que haya comprado un gato, pero sí conozco a muchos que han comprado un perro. En las veterinarias hay perros en venta, en los semáforos hay perros en venta. Nunca hay gatos. Es como si todos los gatos fueran rescatados. Como si todos los gatos fueron el gato. Los gatos aparecen, llegan de repente. Lulú fue mi gato. Por eso creo que era especial.

*

El último día del viaje, una de mis amigas me preguntó que si cómo me sentía de mi duelo. Había pasado ya poco más de tres meses. Le dije que mejor, que me sentía más tranquila, más liberada, en la última fase del proceso. El tiempo entre el regreso del viaje y la última visita a la clínica veterinaria fue reparador. Estaba todo el día en casa, sentada en mi escritorio, con ella en las piernas, planeando mi siguiente semestre, ordenando mi vida. Pero también tenía miedo de que se convulsionara y yo estuviera en el trabajo. Que no pudiera estar ahí para llevarla al médico. No estaba segura de cómo iba a resolver esa situación. De qué iba a pasar cuando yo regresara a mis clases, a mi rutina.

*

Estoy convencida de que Lulú llegó a acompañarme en mi proceso de duelo. Y que cuando regresé a hacer las cosas que hacía antes —como ir al cine sola—, supo que ya podía dejarme. Me esperó a que volviera del viaje, luchó por volver a verme. Y me vio feliz, me vio sonriendo, me vio limpiando la casa y guardando ropa en los cajones, me vio regresar del mercado con la compra de la semana, me vio ordenar el refrigerador y la alacena. Me vio sentada en mi silla escribiendo frente a la computadora. Vio conmigo mi serie favorita acostadas en la cama. Tenía meses que no hacía nada de eso o —al menos no por gusto, no con música de fondo para ambientar; lo hacía como un autómata—. Lulú lo sabía. Ella había llegado antes de esos meses de desconcierto y se fue cuando terminaron.

*

Mi hermana mayor y yo vivimos juntas un tiempo cuando yo estudiaba la universidad. Ella adoptó una hermosa weimaraner adulta que se quedó sin casa. Se volvió parte de nuestra comunidad sin problemas. Era noble, inteligente, bondadosa, tranquila. Era una guardiana. Fue nuestra fiel compañera hasta que, un día, un carro a exceso de velocidad la atropelló. No pudimos hacer nada por ella. En menos de una semana, una amiga de mi hermana llegó con un cachorro. Yo no sabía si estaba lista para recibir a otra mascota. Pero, como dice Alaíde, un perro son todos los perros. La nueva cachorra se convirtió rápidamente en un miembro más de nuestro pequeño hogar. No creo que pase lo mismo con los gatos. Todos los gatos son el gato. No es lo mismo. No creo poder adoptar otro gato. No creo poder enfrentarme a ello. Porque, como dice AE Quintero, no sé si yo pueda, en lo futuro, con dos ausencias.

--

--